26.11.09
UNA MEMORIA EN CONSTRUCCIÓN
El cine contemporáneo, en todos sus frentes y en mayor medida que ninguna otra disciplina artística, no puede comprenderse sin los numerosos vínculos y resonancias que despliega de la propia historia del medio. Mejor dicho, puede comprenderse porque muchas de estas pistas no suelen ser sustanciales al argumento, pero el visionado de muchas películas no sería completo sin tener presente esta red referencial, el ADN del filme, que establece filiaciones y multiplica guiños al coneusseur. A través de la nostalgia o la cinefilia, esta referencialidad nos habla ante todo de la manera en que la propia iniciación al cine, y las afinidades de cada cual, han pasado a formar parte del discurso de muchos directores, pero también de la necesidad que muchos sienten de inscribir en su trabajo un apéndice a la siempre incompleta y excluyente ‘Historia del cine’. El cine actúa de este modo como un archivo de sí mismo, reverberando y remodulando un pasado que hasta hace poco era difícil de consultar y compartir.
Filmotecas, cines de repertorio y coleccionistas privados aliviaron parcialmente el carácter efímero que caracterizó al medio en sus primeras cinco décadas.
Pero, hasta la llegada del vídeo doméstico, el papel supuso para muchos el único archivo cinematográfico posible. Los hitos del cine se han transmitido de un libro a otro, de una década a otra, sin que en muchos casos mediase la opinión del lector, convertido en espectador virtual. Las opiniones, jerarquías y rutas filmográficas que establecían Sarris, Zúñiga o Sadoul podían complementarse con las de Adams Sitney, Youngblood o Vogel, pero, sin la posibilidad de acceder al visionado de todo lo citado, seguía tratándose de lo mismo: aceptar un cánon escrito en tinta y rogar por proyecciones de aquello que supuestamente componía un determinado gusto cinematográfico.
Como se recuerda en ‘Le Fantôme d’Henri Langlois ’, cuando la Cinématheque proyectó en los años cuarenta ‘Nosferatu’, apenas nadie acudió a verla, ya que no se tenía noticia o recuerdo de su relevancia. Estos eran los amnésicos fundamentos de la Historia del Cine, sobre los que Langlois en París e Iris Barry en Nueva York instalaron sus faros en forma de archivos, programas y laboriosas restauraciones.
El azar y la perseverancia han marcado la historia de estos archivos desde entonces, con
hallazgos tan rocambolescos como el de cientos de películas de los estudios de Edison el mismo día en que iban a destruirse o la reconstrucción metro a metro de una cinta olvidada que hoy consideramos una obra maestra, ‘Napoleon’ de Abel Gance.
A estas provechosas hazañas, debidas a Howard Walls y Kevin Brownlow, hay que sumar las de otros muchos, desde Jonas Mekas a Serge Bromberg, Rick Prelinger, Paolo Cherchi Ussai o Nikolai Izvolov, responsables de conservar, reconstruir y divulgar un arte tan propenso al olvido. Gracias a ellos, el cine progresa hoy con un ojo en el retrovisor, sin aflojar el pie del acelerador.
El vídeo doméstico, y en especial el DVD, no sólo han aportado la posibilidad de visionar y juzgar fuera del ámbito y las condiciones de la sesión cinematográfica, sino que han hecho aflorar numerosos mercados, géneros y comunidades de consumidores donde antes sólo asomaba una jerarquía de clásicos.
Cierto es que, en la era del VHS, este fenómeno sirvió ante todo para que surgieran a la superficie todo tipo de subgéneros ‘psicotrónicos’, pero el DVD trajó consigo un catálogo bien distinto: el documental, la animación independiente, el ‘cine mudo’ y el experimental han adquirido gracias a este formato una visibilidad y circulación como nunca antes habían gozado. Y lo que es más importante: han estimulado las restauraciones y reediciones de clásicos y nuevos-clásicos. El nuevo espectador/consumidor no sólo es receptivo a ese cajón de sastre al que llamamos ‘extras’, sino que paga por una nueva edición de ‘Sunrise’, ‘The Searchers’ o ‘Blade Runner’, si se le indica que han sido restauradas.
Pero es en el ámbito del cine efímero y el experimental, tan distantes en apariencia, donde el impacto del DVD e internet han supuesto un cambio más radical y positivo.
No sólo han abandonado el ático del fastidio, haciendo posible y hasta fácil el acceso a ese otro cine, sino que lejos de suplantarlas, han propiciado proyecciones de las mismas en salas cinematográficas.
En cierto modo, las discutidas compresiones digitales, son la solución al dilema al que se enfrentaron las primeras filmotecas, para las cuales cada proyección suponía un riesgo y un desgaste para las copias que poseían. ¿Qué era más urgente, preservar la copia o la memoria?
Las ediciones digitales preservan hoy el conocimiento, las salas como Xcèntric la experiencia cinematográfica y los archivos, los restos físicos de un arte poderoso fijado sobre una fina película que no soporta cien años de luz.
Publicado en el desplegable de Xcèntric (CCCB) en la 7ª temporada. Diciempre 2007
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